El dolor que humaniza

Nada es tan común a todos, como el sufrimiento. No hay nadie que no haya sufrido una vez por algo… desde un golpecito en la punta del pie, pasando por la pérdida de algo material y la pérdida de un ser querido, hasta un dolor de corazón. No somos inmunes al dolor.

Si pensamos en la cruz y el sinsentido que parece… tenemos que ver más de cerca. Un rey cuya vida es perfecta, está muy lejos de sus súbditos y es dificilísimo amarlo, pero un rey que se abaja, hasta sufrir con su pueblo; es un rey a quien podemos amar: porque nos entiende y le entendemos. Dios que sabe todo, no necesitaba sufrir, pero nosotros que somos de carne y hueso, al verlo tan unido a nosotros, podemos y queremos identificarnos con él.

Así pasa cuando vemos que alguien sufre: hemos estado allí y ofrecemos ayuda. Cuando no hemos pasado por ningún dolor es muy difícil empatizar. Por eso, son las personas que han sufrido, quienes pueden ver con ojos de misericordia a los otros: evitando juzgarles y buscando cómo ayudarles.

El dolor adquiere sentido al pasar el tiempo, porque cuando volvemos la vista atrás y analizamos los sucesos, es cuando somos capaces de ver a los lados y ayudar a los demás. Como padres y educadores sabemos que no es nuestra labor evitar que las personas (Jóvenes y viejas) se equivoquen, hemos de acompañarles en el Camino, darles directrices, permitirles decidir y acompañar en su dolor cuando este llega.

Personalmente no hemos de rehuir del dolor, al menos no con desasosiego. No se trata de ser masoquistas, sino de aprender a ver los sucesos dolorosos propios y ajenos con otros ojos. No se trata de evitar el dolor a toda costa, sino de reconocer que nos acerca más a los demás, no se trata tampoco de promover una actitud estoica, cuando está en nuestras manos aliviar el dolor de los demás.

Si de algo podemos estar seguros, es que de una situación dura podemos salir mejores o peores. Para salir mejores es importante hacernos conscientes del objetivo al que aspiramos y los medios que pondremos para alcanzarlo y vernos en los demás y ver a los demás en nosotros mismos, de modo que después de una temporada dura, corta o larga, podamos salir más humanos.

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