Esta pandemia ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. Hemos descubierto cuán generosos podemos ser, cuán ordenados, cuán creativos. Hemos tenido malos momentos también, hemos explotado en casa y nos hemos sentido frustrados. Quisiéramos regresar a nuestra antigua rutina, pero no ganamos nada fantaseando con lo que se fue y tal vez no vuelva.
Me he preguntado una y otra vez, ¿en qué momento de la vida empezamos a ver las labores domésticas como algo desagradable? Porque cuando a mis hijos les planteo la posibilidad de ayudar en algo de la casa se emocionan… quieren hacer el fresco, lavar las verduras, doblar la ropa, hacer su cama, limpiar los vidrios. ¿Por que vemos estas tareas tan necesarias como una carga? Acaso creemos que vale más cualquier actividad que las que implican tener la casa agradable, limpia, con comida nutritiva?

En lo personal he hecho más oficio en estos 120 días que en toda mi vida. No lo digo con disgusto, sino todo lo contrario. Con cada día que pasa valoro más esas pequeñas cosas que vemos cómo vulgares, triviales y cargantes que son las que ayudan a hacer de la casa un hogar. Lo de todos los días, cocinar, lavar, guardar repetir; sacudir, barrer, ensuciar y repetir; usar, lavar, doblar, guardar y repetir es algo que no podemos evitar. La lección más natural para no procrastinar y aprovechar el tiempo nos la da el hogar. Muchas cosas podemos realizar a última hora y salir triunfantes, las labores del hogar no funcionan así.
En esta pandemia las destrezas más populares han sido cocinar, hacer limpieza y tener una afición. La organización y el orden; el trabajo en equipo y el respeto por los espacios físicos y mentales de los demás; trabajar en equipo y respetar los ritmos de los otros. Tenemos la oportunidad de re valorar los trabajos más olvidados y menos escogidos; los oficios domésticos, la limpieza de hospitales, las dependencias y la educación (que es una pena sea olvidado). A reflexionar, a agradecer, pero sobretodo a disfrutar. Todavía nos falta mucho para salir a la “nueva normalidad”, mientras tanto crezcamos desde la tranquilidad de nuestro hogar.

Una y otra vez me han asaltado estos pensamientos y he recurrido a agradecer. Agradecer porque tengo ropa que lavar, trastos que recoger y comida que cocinar. Conforme pasan los días voy mejorando mis técnicas de organización en la casa y enseñándoles a mis hijos a ponerlas en práctica. Tal vez lo que encuentran más tedioso sea ordenar, pero luego quedan satisfechos con su trabajo. Creo que estas destrezas son un regalo que los acompañará por mucho tiempo.
